Sr. Director:
Los gobernantes electos, más allá de su legítima euforia, deberán atenuar sus ímpetus y detenerse unos momentos para hacer una lectura muy atenta de la sociedad y del pueblo que los ha ungido; un diagnóstico del ¿por qué? de la gente, y preguntarse por las causas del cambio. Me arriesgo a dar mi respuesta: hastío con la soberbia de los actuales gobernantes y con su tozuda persistencia en políticas equivocadas en múltiples aspectos.
Sin obviar los cientos o miles de análisis o factores a ser tenidos en cuenta, hay una cuestión ineludible: ¿es que hay o ha habido un desplazamiento de nuestra ciudadanía hacia el neoliberalismo, o hacia el liberalismo autoproclamado del presidente electo Luis Lacalle Pou?
Antes aún de responder si la sociedad uruguaya viró hacia una postura liberal-derechista o no, deberán también cuestionarse si esta interrogante tiene para ellos alguna importancia. ¿Pueden y quieren plantearse esta cuestión o, por el contrario, eludirla?; ¿quieren y pueden preguntarse si ellos le otorgan algún valor al sentir de la ciudadanía en los períodos interelectorales?, ¿o, por el contrario, se apoyarán en un criterio de representatividad a ultranza durante los cinco años de su mandato? Ya hemos sufrido el ignorar o el desconocer los clamores de grandes sectores de la sociedad durante los tres últimos gobiernos de mayoría absoluta, y hemos padecido también sus consecuencias. La soberbia no paga.
Basado en mi propia percepción, en números y estadísticas locales, y también en artículos de la prensa internacional y dictámenes de organismos multilaterales, puedo hoy afirmar que los 35 años transcurridos desde el final del período cívico-militar han significado un notorio avance en la situación social y económica de los ciudadanos uruguayos, pobres y ricos, y de la sociedad toda. Avance coincidente con el abandono o la atenuación de las brillantes políticas económicas liberales y neoliberales del ingeniero Vegh Villegas y de sus seguidores, pero abandono también del estatismo paralizante que les precedió.
¿Qué votamos en noviembre los ciudadanos? ¿Votamos un cambio? Sí. Rotundo. Pero ¿con qué alcance? Un neto recambio de gobernantes, sin duda. ¿Votamos también un camino radicalmente distinto en la política económica reciente? (política económica astorista, que por cierto no ha sido socialista, ni mucho menos marxista ni tampoco extremista en cuanto a su reconocido estatismo). Afirmo que no, que la ciudadanía no se pronunció en contra de aquella política. Concedo que es una afirmación especulativa, a corroborar. Surge de la observación y la lectura de los programas de las distintas fuerzas que integran la coalición triunfante, pasando por todos, desde Lacalle y Novick hasta Mieres y Sanguinetti. Los analistas y encuestadores profesionales podrán (deberán) estudiarlo a fondo y dar a conocer la realidad y la respuesta a la siguiente pregunta: ¿qué porción de la “oposición” votó hastiada de los gobernantes anteriores pero no en desacuerdo con los avances socioeconómicos precedentes? Sin ignorar los infinitos matices, creo que conocer esa respuesta debería ser o debió haber sido un insumo esencial a tener en cuenta por los gobernantes electos para encarar el inminente período quinquenal y los proyectos de urgente consideración.
No olvidemos que la mitad de la población no acompañó la elección en segunda vuelta del próximo presidente, ni olvidemos que dentro de la mitad que sí lo votó no todos son liberales o neoliberales. Quizás ni siquiera lo sea la mayoría. La orientación económica del próximo gobierno será definida con absoluta legitimidad por quienes obtuvieron la mayoría y el poder; es su obligación. No obstante, deberían reconocer y tener en cuenta, con humildad y sin alardes, que nuestro país se destaca hoy en el mundo frente a otros países y otras sociedades que más allá de su brillo fulgurante esconden pobreza, miseria, desigualdad, marginalidad, contaminación, destrucción del medio ambiente, estratificación social extrema, etc. etc., todo cubierto por el mentiroso manto del aumento del PBI y el ingreso medio per cápita, y enmascarado por la riqueza y el progreso de solo el uno o dos por ciento de sus ciudadanos. “Logros” que una y otra vez ellos muestran como evidencia de la supremacía de sus políticas. Ese no es el Uruguay que la enorme mayoría de los ciudadanos esperamos.
No al dogmatismo. No a la tonta simplificación de la mano invisible que librada de cualquier control nos llevaría a todos a la prosperidad. No ignorar los errores, pero tampoco los avances precedentes. No destruir sin más lo construido, o lo cuidado y preservado. Pensar en pro de todos los uruguayos y no de una minoría por más brillo que esa minoría tenga, y otorgue. No nos encandilemos.
Hugo Etchandy
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